"¿No te lo he ordenado yo? ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas." Josué 1:9
El desánimo es algo que todos enfrentamos en algún momento de nuestras vidas. Intentamos algo, fallamos y nos desanimamos. Otros nos fallan; nos desanimamos Enfermedades inesperadas, desastres naturales, percances financieros, crisis mundiales pueden llevarnos al desánimo.
En respuesta al desaliento, algunas personas caen en la desesperación. Se derrumban bajo el peso de la vergüenza. Permiten que su dolor aplaste su espíritu o se resignan a su triste destino. Se rinden. Para el creyente, esta es la trampa de la incredulidad.
Otros responden al desaliento redoblando sus esfuerzos y trabajando más duro. Buscan soluciones. "¡Puedo arreglarlo!" es lo que exclaman. Se reaniman bajo presión; consumen libros de autoayuda y buscan orientación sobre cómo pueden mejorar ellos mismos o su situación. Y aunque la autosuficiencia parece loable desde la distancia, los que creen en Cristo saben que también es una trampa.
La respuesta bíblica al desánimo, querido amigo, se encuentra en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Pablo escribió a la iglesia de Corinto, “Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos…” (2 Corintios 4:8-9). Luego explica la razón de su resistencia y esperanza, “ llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Porque nosotros que vivimos, constantemente estamos siendo entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal.” (2 Corintios 4:10-11).
¿Lo ves? Como creyentes, llevamos la muerte de Cristo en nuestros corazones para que Su vida se manifieste en nosotros. Recordamos Su muerte en la cruz para darnos la vida eterna, y esto nos da la esperanza de que Él nos sostendrá en nuestra vida temporal. Entendemos que el peor momento de la historia -la crucifixión del Hijo de Dios- es el momento más significativo, amoroso y salvador de la vida de todos los tiempos, y esto nos da la esperanza de que nuestro peor momento (sea cual sea) también se hará hermoso en el tiempo de Dios. Jesús soportó la cruz pero resucitó tres días después. Como creyentes, creemos en esta resurrección no sólo por Cristo, no sólo por nuestro futuro sino también por el presente en medio de nuestras circunstancias actuales.