"Porque El es nuestro Dios, y nosotros el pueblo de su prado y las ovejas de su mano. Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón...” Salmo 95:7-8
Cuando pensamos en un corazón duro, inicialmente podríamos visualizar a criminales o terroristas, gente beligerante y ajena a las necesidades de los demás. Pero a los cristianos también se les endurece el corazón.
Piénsalo ¿Alguna vez has experimentado un momento en el que te sentiste indiferente a la Palabra de Dios? Lees tu Biblia, pero sólo parecen palabras en una página porque no sacas nada de ella. Tal vez hasta te encuentres ignorando tu Biblia y descuidando por completo tu tiempo de oración. Tu corazón es duro, y has olvidado el sacrificio de Cristo para comprarte.
O tal vez vas a la iglesia, te sientas, te paras, e incluso cantas en los momentos apropiados, pero no estás comprometido en absoluto; tu mente está a un millón de millas de distancia. Crees que ya lo has oído todo antes. Crees que el mensaje del evangelio es para la salvación pero no es relevante para tu vida diaria. Escondes o minimizas tus pecados mientras juzgas a los demás con dureza, te aferras a la amargura, alimentas los rencores, te enfadas y te niegas a perdonar. Tu corazón es duro; has olvidado la gran deuda de pecado que Cristo pagó por ti con Su muerte en la cruz.
O tal vez la tentación viene a ti, pero en lugar de tomar la salida que Dios provee a través de la muerte y resurrección de Jesús, cierras tus oídos a la voz del Espíritu. Te alejas de la cruz de Cristo y eliges seguir tu propio camino, satisfaciendo los anhelos de tu carne como si estuvieras vivo para el pecado y muerto para Dios. Crees que mereces darte un gusto. Estás frustrado con Dios, pensando que no está satisfaciendo tus necesidades. Codicias lo que otros tienen y te quejas de lo que tú no tienes. La incredulidad ha endurecido tu corazón.
¿Pero qué debemos hacer cuando nos damos cuenta de que nuestro corazón es duro? ¿Hay algún remedio para esta terrible enfermedad? ¡Sí! ¡Mira a Jesús! El evangelio, la gran noticia de la muerte expiatoria y la resurrección victoriosa de Jesús, es el único agente suavizante para un corazón duro.
Así como el pan se pone rancio y se endurece cuando se deja fuera y desprotegido, si no cubrimos diariamente nuestros corazones y protegemos nuestras mentes con la obra redentora de Jesús en la cruz, el pecado aumentará en nuestras vidas, y nuestros corazones se endurecerán. Pero si venimos a Jesús y nos lavamos en la sangre de Su nuevo pacto, entonces nuestros corazones se ablandarán de nuevo.
Cuando miramos a Jesús crucificado, nos abre los ojos y se revela a sí mismo en Su palabra. Al escuchar de nuevo, la buena noticia de nuestro perdón que fluye hacia nosotros desde el Calvario, nuestros oídos se vuelven receptivos a la voz del Espíritu. Al considerar la humildad de Cristo, el Cordero de Dios, muriendo nuestra muerte, nuestras mentes son renovadas y transformadas por Cristo. Al contemplar la tumba vacía de Jesús, la incredulidad es desterrada y el gozo de nuestra salvación es restaurado (1 Corintios 11:23-26, Lucas 7:22, Romanos 12:2, Hebreos 2:9, Hebreos 12:1-3).