“¡Muérete chupasangre, muérete!”
Sé que suena agresivo, pero a la verdad, esta es la actitud que necesitamos desarrollar hacia el pecado sexual. Tenemos que cultivar un odio por la impureza de tal magnitud, ¡que queramos colgarla en una cruz, clavarle una espada por su costado y tirarla lejos en una fosa!
Nuestro pecado tiene que morir, no simplemente "lidiar" con él. No podemos “lidiar” con el pecado más de lo que podemos manejar un ejército de termitas comiéndose los cimientos de nuestra casa. No, nosotros no vamos capoteando la situación con las termitas, sino que las exterminamos por completo.
Gracias a Dios, en la última lección le pediste al Señor que te revelara Su plan de batalla para crucificar la lujuria. Ahora es el momento de poner este plan en práctica, y necesitarás la motivación espiritual para hacerlo, pero, ¿de dónde sacamos esta actitud de “matar o morir”? Generalmente, no la tenemos al principio porque los placeres pecaminosos son muy recientes y las imágenes en nuestra mente son muy frescas y vívidas.
¡Pero Dios puede cambiar nuestros corazones! ¡Claro que sí, Él puede! ¡Si Dios empieza a trabajar en nosotros, eventualmente nos hastiaremos de la impureza! Sí, Dios puede lograr este cambio porque Dios es un fuego consumidor (Deuteronomio 9:3) y un Dios celoso (Éxodo 20:4-5).
Dios no quiere que Sus hijos se acerquen a la impureza. La cruz es la prueba de que Él hará lo que sea para salvarte, rescatarte, y liberarte. ¡Él hará cualquier cosa, poner un puente entre el cielo y la tierra si es necesario, clavarse a Sí mismo y desangrarse, luego ir al infierno y volver por ti! ¡Él te ama y está comprometido a librarte de las garras del pecado, aun si le costara Su propia sangre y vida!
Entonces, ¿cómo hace Él esto? ¿Cómo toma Dios a alguien como yo, que amaba la pornografía y vivió las emociones del sexo ilícito, y hace que mi corazón lo odie, quiera crucificarlo y enterrarlo? ¿Cómo sucede esto?
Te responderé esta pregunta, pero primero déjame hacerte una.