Matthew escribe: “Como muchos chicos, fui expuesto a la pornografía a una edad temprana, tal vez a los diez u once años. Al principio, no entendía lo que era, pero me daba cuenta del efecto que tenía en mí. Al no saber que era malo, pensaba que la pornografía era algo que sólo los adultos podían contemplar, como fumar o beber alcohol.
Sin embargo, como un adolescente con las hormonas fuera de control, entré al bachillerato/preparatoria atado a la impureza sexual. Cuando no usaba la pornografía como mi medio para complacerme en tentación, encontraba otras maneras de satisfacerla. Este hábito continuó por años, aún después de mi graduación. Cuando tenía 20, y todavía en atadura, empecé a salir con una chica. Las cosas estuvieron bien, pero muy pronto mi pecado habitual fue descubierto y nuestra relación se empezó a desintegrar. Como era de esperarse, esto creó una división entre nosotros y eventualmente rompió nuestro noviazgo.
La ruptura me trajo a uno de los puntos más bajos de mi vida y no tuve más a dónde ir sino a Dios. Durante ese tiempo, Él se reveló verdaderamente a mí, y constantemente experimentaba Su presencia rodeándome en esos momentos donde mi corazón latía pero yo me sentía muerto por dentro. El Señor me sacó de ese abismo de desesperación y mi fe en Dios, mi relación con Él y el conocimiento de Él estaba en el mejor momento.
Aun así, mi atadura a la impureza sexual estaba allí. En este punto, había intentado toda clase de maneras de escapar de aquella celda, pero nada funcionaba. En esta prisión, sentía que podía caminar en ella, pero jamás salir. A veces, tenía momentos de grandes victorias sobre la impureza sexual, lo que era como si la puerta de la prisión se abriera y me dejara escapar. No podía escapar porque sentía como si tuviera un grillete amarrado a mi tobillo que me dejaba llegar hasta la salida, pero nunca más allá.
Eventualmente, me rendí y acepté mi cautiverio. Me dije a mí mismo que quizás todo el mundo luchaba contra algún tipo de atadura y que esta era la mía, y que tenía que soportarla por el resto de mis días. El enemigo me había forzado a sometimiento y me entrenó a pensar que yo no era capaz de salir de aquella celda; por eso, me iba de rodillas hasta una esquina y me quedaba allí. Me sentía solo y maldecido.
Una vez que me tope con Setting Captives Free, pensé en que sería sólo otro de los muchos métodos que había ensayado para escapar, pero decidí probarlo de todas maneras. Lo que experimenté en este curso fue algo que jamás había hecho; en lugar de escuchar: “Haz X, Y y Z para ser sexualmente puro”, yo escuché: “Jesús hizo X, Y y Z por ti; de hecho, Él también cobijó desde la A hasta la W. ¡Él lo hizo todo!”.
Descubrí que el Evangelio no fue ideado solamente para otorgar vida eterna al creyente, sino para liberarlo de cualquier atadura. Jesús fue castigado en mi lugar, y por eso, Él me hizo justo y sin pecado ante Dios. Cuando Jesús murió yo morí con Él, y cuando resucitó al tercer día yo resucité con Él.
¡Jesús me liberó! Aún cuando yo me agachaba en la esquina de mi celda, vi a Jesús aparecerse ante mí como una luz brillante. Él tocó mi grillete y éste se quebró. Por eso salí de inmediato de esa prisión. Hui de la impureza sexual y corrí directo a la cruz. Hasta el día de hoy, me arrodillo ante ella y alabo a Aquel que dio todo por mí.
Cuando la tentación se aparece en mi camino, pongo mi mente en el agonizante sufrimiento que Jesús padeció por mi pecado; le veo recibiendo latigazos, golpeado, escupido, llevando mi cruz al Gólgota y siendo clavado en la cruz. Él me mira desde allí y dice: “Matthew, estoy muriendo por ti. A través de mi muerte, vas a tener libertad definitiva de la impureza sexual. Estarás conmigo en el Paraíso, y tu veredicto será “inocente” ante mi Padre."
Este mensaje es tan poderoso, y es por medio del Evangelio que puedo resistir la tentación. Con este cambio de corazón me siento diferente, limpio, renovado, de la misma manera que el apóstol Pablo se debió haber sentido cuando se le cayeron las escamas de los ojos. Ya no tengo ganas de probar pornografía o cualquier otra forma de impureza sexual.
El Señor ha puesto un cántico nuevo en mí, un cántico que uso para alabar a Jesús. Cada día, el Evangelio continúa siendo mi espada. Me pongo mi armadura para estar listo ante los ataques del enemigo, pero no soy yo quien se defiende sino Jesucristo quien me defiende. Satanás ya no puede acusarme porque Jesús llevó el castigo que yo merecía. En Él encuentro descanso, seguridad, amor y salvación.